Friday, June 24, 2011

Agustín el duende que contaba estrellas con los dedos.





Agustín era el resultado del romance que la luna tuvo una noche, con la corriente fría del río. Cómo pudo suceder esto... pues les cuento lo que la nana le cuenta a todo aquel que quiera escuchar la historia.



Hace mucho, pero mucho tiempo, allá por el camino real que comunica a los poblados de las buenas ondas. Vivían un pequeño duende llamado Agustín. Agustín habitaba en una pequeña cueva que entre las raíces de los lirios se había formado una noche  tormentosa de verano. Una noche llena de imprevistos y de incomprensibles sucesos que trajeron a la vida a este pequeñito duende. Esa noche en especial, la luna agazapada entre las nubes cargadas y negras lloraba de pena y de soledad, sobre las planicies verdes de la comarca. Las lágrimas transparentes y frías caían sobre las aguas acompasadas del río que sorprendido, solo atinaba a exclamar un clap cada vez que una lágrima era acogida en la corriente que bajaba mesurada entre las cañada de palo alto. El silencio solo era roto por el agua del río que susurraba melodioso y el clap de la lluvia metida entre las hierbas y que resbalaba entre las  copas de los arboles hasta convertirse en arroyuelos que bajaban apurados sumándose al río que preocupado quería alcanzar a ver a la luna y consolarla. Pero las nubes eran gruesas y oscuras y lo cubrían todo. Cuando la luna dejó de sentirse tan sola y tan triste, y cuando el rio dejó de sonar clap acogiendo lágrimas, y cuando por fin la luz pudo penetrar entre las nubes obligándolas a desaparecer en la negrura del cielo. El río pudo ver, por fin, la cara de la luna que se reflejaba melancólica entre las corrientes que bajaban... el río la miró lentamente y le fue acariciando la cara, mucho tiempo estuvo la luna refleja en el río, arrullando su soledad entre los brazos que sonaban golpeando contra de las laderas que limitaban el paso del agua. De pronto la temperatura empezó a cambiar, en el horizonte el cielo iba cambiando de color, dorados y rojos iban apareciendo detrás de las montañas, la luna que había dormido en brazos del río despertó y dejo a la postre, ahí donde estaban los lirios, dos besos de plata que el río recibió con mucho amor. Tomó los dos beso y los puso en la cueva que nacía entre las raíces de los lirios que aun cerraban sus pétalos durmiendo.
Pasaron algunos días y entonces el río vio con asombro que los dos besos habían desaparecido para dar paso a un pequeñito ser  que caminaba en puntas entre el lodo de la ladera. El duende que aún no tenía nombre se asomó al agua y distinguió su cara mágica con dos ojos que chispeaban colores de amanecer.
El rio pudo verse reflejado en él. Y su corazón palpitó lleno de gozo al reconocerse en ese ser mágico.  Se llamara Agustín le dijo la luna, una noche que pudo escaparse de las estrellas, él será el vínculo que nos recuerde aquella noche de verano en que por azahares del destino pudimos amarnos. Y ahí en esa cueva vivía Agustín cubriéndose del arrollador sol que parecía sintetizarlo en agua, metido en la frescura que el rio le brindaba con la brisa que salía de su correr continuo.
Todas las noches Agustín salía al prado y se sentaba recargando su espalda al tallo del lirio que dicho de paso lo había adoptado. Pasaba las horas mirando hacia el cielo mientras escuchaba a su lado el canto delicado de su padre el rio, que sin detenerse le recordaba que allá en lo alto, tan lejos como las estrellas vivía su madre.
Como podré abrazar a mi madre, señor lirio, si está tan alta y tan lejana. Le preguntaba todas las noches al lirio, pero él lirio no tenía respuesta para tal pregunta. Un día una rana que andaba por el lugar le escuchó murmurar la pregunta y sin pensarlo dos veces se acercó al lugar y le dijo que ella conocía a  Tina, una libélula que vivía ahí nada más detrás del recoveco del rio, ahí donde la cañada hace un hueco corto. Ahí donde el poblado las buenas ondas existía, Tina era la libélula que resolvía con las cartas todas las preguntas. La rana le dijo que ella lo podría llevar sobre el lomo. así que Agustín sin pensarlo dos veces, trepo en el lomo de la rana y dando de brincos se fue camino abajo buscando el recoveco de la cañada.
El poblado lo sorprendió mucho porque nunca había visto cosa parecida. Las lámparas tintineaban en las ventanas, llenando las sombras de luz, parecía que en ese lugar no existía la noche. NI las estrellas se podía observar parado en ese lugar. Agustín se preguntaba cómo podía vivir en un lugar sin estrellas, era algo imposible de creer.
Sobre el lomo de la rana, se adentraron por un camino lleno de árboles y llegaron a una casita donde una libélula preparaba té verde.
Ella se mostró muy emocionada de verlo llegar sobre el lomo de la rana. No lo conocía en persona pero sabía, que tarde o temprano lo vería llegar a su casa. Nunca pensó que fuera tan pronto, pero que importaba. Le dio una taza de te mientras le animaba a decir a que se debía la honrosa visita. Agustín jamás había tomado té verde y el sabor le encantó. Mientras se lo tomaba le comentó que  últimamente le había crecido la ansiedad de abrazar a su madre, pero que ella colgaba en el cielo lejos y tan alto que eso era como un sueño imposible. Que el rio le dijo que las estrellas , después de aquel día de lluvia no la dejaban bajar y que no sabía de qué manera, pudieran ambos abrazarse a la luna. La libélula se quedó pensativa por unos breves momentos.  Trataba de encontrar la mejor manera, se levantó y fue hasta la ventana y se quedó mirando fijamente al firmamento. El cielo estaba completamente limpio y oscuro. era luna nueva y entonces la luna no asomaba la cara, era su período de guardar distancia.
Debes tener mucha paciencia Agustín, la única manera que tienes de alcanzar un abrazo de la luna, es contando estrellas. ¿Contando estrellas?, preguntó el duende. Si, le respondió ella. Deberás conseguir un pedazo de corteza de sauco y ahí, todas las noches anotar cuántas estrellas alcanzaste a contar cada noche. Debes tener mucho cuidado de no contar una estrella dos veces, porque entonces no podrás conseguir tu objetivo. Al cumplir diez noches contando estrellas, veremos si has alcanzado a la luna. Si no lo has logrado deberás seguir contando cada noche hasta que el número completo te lleve hasta ella. Nadie te puede ayudar, Agustín, deberás contar estrellas solo, nada de pedirle permiso a nadie más.
A su regreso, se sentó al lado del lirio y le comentó  lo sucedido. El lirio que seguía despierto esperando a que Agustín regresara de la villa,  se quedó perplejo sin entender, cómo contar estrellas podían acercarlo a la luna. Le pidió que fuese más específico pero Agustín solo sabía eso, y no había preguntado nada más, porque cuando a punto estaba de hacerlo, tina le dijo que no preguntara nada más. Así, se daría a la tarea de hacerlo.
Agustín puso manos a la obra, y desde que aparecía la primera estrella él salía y empezaba a contarlas. Le costaba mucho diferenciar una estrella de otra, todas le parecían idénticas, además debía tener en cuenta que el resplandor de cada una, era lo que las distinguía y las hacía diferentes. Pero tardo algunos días para entenderlo.
El día diez, Agustín abrió la corteza del sauco y la puso a la vista de las estrellas que colgaban desdeñosas desde el cielo. las estrellas empezaron a formar una escalera bajando desde el cielo. Pero las estrellas contadas no eran suficientes y la escalera se desvaneció en el cielo.
Agustín seguía noche tras noche contando estrellas, pero nunca completaba los escalones de la escalera. Y siempre veía como la escalera se iba desvaneciendo antes sus ojos.
La luna sabía bien de los esfuerzos que hacía Agustín y notaba que no le alcanzaba para mucho. Así se acercó a una de sus amigas. Una de las estrellas más grandes y luminosas y le pidió que ayudara a que Agustín pudiese trepar en la escalera.
Así que una noche, la estrella se hizo pequeñita, pequeñita y se disfrazó de luciérnaga, mientras Agustín contaba estrella, la luciérnaga volando se acercó hasta el lirio y le llamo. Le dijo que montara sobre su lomo, que ella le ayudaría a subir en la escalera. Agustín le preguntó que si ella le ayudaba no era hacer trampa. A lo que ella le respondió que todos los esfuerzos hechos siempre reciben una recompensa, y que ella era su recompensa. Porque la escalera nunca sería suficiente para alcanzar a la luna, solo era su amor y su deseo por abrazarla lo que le iban abriendo camino en los imposibles.
Agustín trepo en el lomo de la luciérnaga y está voló hasta alcanzar el último peldaño de la escalera donde depositó al duende.  esa noche la luna asomaba su pálido rostro detrás de una abanico nublado en azul, y cuando Agustín alcanzó a besar su sien, la luna se puso intensamente roja y anaranjada. En las tierra los hombres se maravillaron del color que tomo la luna, un fenómeno pocas veces observado. Agustín se estuve abrazado a la luna, hasta que el sol empezó a batir sus alas en el horizonte, entonces la luciérnaga llegó hasta  el duende y lo regresó al lado del lirio, donde lo depositó con mucho cariño. El lirio ya se había desperezado y esperaba con ansia la narración de todo lo sucedido durante la noche.
Agustín nunca ha dejado de contar estrellas, porque en su afán de besar a su madre la luna, sigue inspirado por el amor tan intenso que siente por ella.