Thursday, February 17, 2005

el pìano tercera parte

Regresar, si!
Pero no de este modo, ni en este momento.
Tantos años lejos y regresar así, doliente, extraña, desconocida.
Al verme parada ahí, en medio de ese enorme camino blanco, tan lleno de polvo, tan lleno de susurros apagados como si los rayos del sol al caer adormecieran espíritus que danzan invisibles a los ojos de los hombres, bajo el sol abrazante que hace errar la visión y engaña al entendimiento, ese camino se vuelve agreste e interminable.
Un sendero, donde el tiempo se detuvo y en su trazo, después de haber estado extraviada por años enteros, me hubiera encontrado milagrosamente, recuperando todas esas sensaciones olvidados. Me di cuenta, que más que carne son sensaciones lo que hacen de mi esto que soy ahora. Cuando viajaba en el tiempo, miraba aquel pueblo, tan arraigado en mi piel, como la cosa más solitaria y abandonada que conocía. Sin embargo, siempre espere que al regresar,
el pueblo hubiese cambiado, tal vez, crecido un poco o dejado de ser el olvidado de Dios; que las calles no se miraran desiertas y sin vida, que el sonido apagado de los pájaros anidando, no dejasen sembrado esa sensación de soledad que se planta de diario en el suspirar lento de la vida, en el pasar imperceptible de los minutos, donde el diario es lo mismo siempre y las personas envejecen al mismo tiempo que mueren junto a sus casas y al lado de sus brechas floreadas.
Pero no, es el mismo pueblo gris y solitario; es el mismo camino polvoriento, con los mismos árboles viejos bordeándolo. Es el mismo aire y el mismo olor; hasta mis oídos llega el rumor del río que gime acariciado por las ramas de los sauces que bajan hasta rozar sus aguas. Es la misma melodía de arrullo producida por las aguas que corren río abajo.
Siento que no me marché nunca, que algo de mi, quedó preso en ese camino de polvo, en esas paredes llenas de cal y ventanas cerradas.
Entre el parloteo de los ojos que siguen infalibles nuestro paso por las calles, me veo de cinco años, vestida de tul blanco, con calcetines de holanes y zapatos de charol negro, con los ojos despejados de flecos y lagañas, el cabello firmemente sujeto en un peinado pegado con litros de limón para que no se salga de su lugar, con la cara en cremada, rodillas y codos rojos de tanto restregarse para dejarlos limpios.
Me veo con los ojos anegados de pasado, sentada solitaria en aquella plaza, donde el kiosco tiene por techo al mismito cielo y en sus bancas de cemento blanco, se ha sentado el tiempo con su peso de clima y han cedido a la vejez, resquebrajándose, cayéndose a pedazos.
Me veo sola, tomando todo lo que el día y su calor pueden dejar grabado en mi mente y en mi piel.
Mis pequeños ojos miran en el cielo limpio, como cruzan las aves, no hay viento, sin embargo escucho las notas de los insectos entre el yerberito que crece a mis pies, desde los corrales oigo los mugidos apagados de las vacas, un que otro cacareo y el canto de un gallo a deshoras. Miro por la calle y alcanzo a escuchar el galope de un caballo, se va Martín de novio, al rancho de la Noria, me saluda ladeando el sombrero y yo le sonrió tenuemente. Martín es el amigo de mi madre, es un chico joven y trabajador que siempre anda cantando, es delgado y atractivo, las muchachas se pelean por su amor, y lo veo pasar en su alazán El Cascarito como le llama él. Lo miró perderse en la distancia y me siento aún más sola sin saber cómo, me bañan la sensación de estar esperando que lleguen las ocho, no sé porqué razón, pero invariablemente, sé que las ocho de cada domingo marca el inicio de un indescriptible miedo y de una angustia que me ahoga el pecho, quiero recordar que pasa, pero solo me recorre el miedo y la negación a recordarlo, sigo siendo una niña de cinco años pasando el domingo sentada en una derruida banca de aquella olvidada plaza.
-Apúrate!- me grita mi madre con su voz potente y autoritaria
- OH, Dios! ¡ no quiero ir!- le quiero decir a mi madre, pero de mi boca no sale palabra alguna, soy de nuevo esa niña que se manda callar tan solo con una simple mirada.
Y deseo que el pueblo venga a mi, en lugar de yo avanzar hacia él, se quedan clavados al polvo del camino mis pies de mujer...ya no soy ésa que regresa casada, con hijo al brazo y otro en el vientre, me veo de cinco años, llorosa, solitaria.
Regresar así, ¡ no ! ¡ así no¡
Y de pronto, como en sueños, me veo frente a mi madrina, no me sorprende verla vestida de negro, pero me maravilla verla como siempre, firme, mirada serena, confortando a los demás, en lugar de ser confortada. Me acerco y no me reconoce, sus ojos buscan mis ojos, y le tiemblan los labios, está tan anciana, pero su cara es de piel lozana, ligeramente ruborizada, sus ojos grises se miran verdes oscuros, le brillan los ojos con lágrimas contenidas, la recuerdo siempre, intocable su sonrisa en mi mente, le tomo las manos y me atrevo a decirle:
- madrina...no se porque pasó esto..
Al oirme, solloza, me jala hacia sus brazos y murmurando en el oído me dice:
- Dios en su bendita misericordia, se ha llevado a Benquique pero te ha regresado a casa- .
Y ella abrazada fuerte a mi, lloró con tanto dolor, lloró por todo el dolor y toda la miseria acumulada por tanto tiempo, me uso de paño y de amarre, y yo sentía sus gemidos apagados y el correr de sus lágrimas frías, y entonces, fui su firmeza, yo la sostuve. Había regresado a casa.
Cuantas horas pérdidas buscándome y siempre estuve ahí, oyendo su melodiosa voz, mientras horneaba pan de maíz, siempre con su voz contenta, con su comprensión, con su ojos brillantes, esa cara llena de luz.
Y en el dolor de perder un hijo, cuando te lo arrebatan de las manos asesinándolo, pensé encontrarla destrozada, abatida, pero la miro entera, con sus ojos apagados, la protesta muerta en los labios, la resignación naciendo y sofocada, sonriendo a medias, consolando a todos mientras les dice:

- dios obra de manera inexplicable..inexplicable…- mientras se traga sus lágrimas, se olvida de las palabras y continua ahí parada, recibiendo condolencias..emitiendo un “ gracias”, que no se escuchan porque el alma se le ha quedado muda.
La casa se llena de amigos, de dolientes, costumbre de pueblo y familias. En el fondo de la habitación. las mujeres de negros sollozan incomprensibles oraciones, se tocan el pecho y se limpian el llanto. Las miro sentadas, tan únicas, tan lúgubres, llorando, sin encontrar respuesta a ese arrebato del hijo, del pariente, del amigo. En la calle los varones con sus ánforas llenas de licor, serios, apagados, pensativos, unos fumando, otros tratando de recordar, y pocos tratando de despedirse .
Entonces, mi madre se pone el mandil y se adueña de la cocina, olvida su pena, en su solidaridad se vuelve objetiva, ve que las costumbres del pueblos están descuidadas, así que firme, enérgica y determinada, me manda al corral por más huevos, hay que alimentar a los dolientes, costumbres de pueblo
El corral, sinónimo de la tortura más cruenta a la que yo era sometida diariamente, de nuevo me sentiría protagonista de un cuento de Horacio Quiroga: pero tenía que enfrentarlo, era eso, o enfrentar a mi madre, así que decidida, como toda una mujer adulta, me dirigí al corral,
Y ahí detrás de la puerta ambiental, de la nada y sin motivo alguno, me sentí de nuevo de cinco años, vestida de tul y calcetines de holanes, con zapatos de charol negro, mirando al azul del cielo, oyendo el piar de los pollos, el rumor del río golpeando la ladera de los barrancos, la música del aire entre las ramas de los árboles, el canto de la paz de un pueblo, ese silencio lleno de arrumacos desconocidos, el roce de la brisa en la cara, caminé rumbo al gallinero, cientos de gallinas dormidas al caer la tarde, me paré en la puerta y miré entre la luz opaca, un montón de gallina dormidas, me armé de valor y uno a uno fui retirando los huevos, y ellas ni por enteradas se dieron.
Y de pronto, cuando mis ojos se acostumbraron a la escasa luz y mi mente había tomado confianza, al final del gallinero, entre paja, cartón viejo y plumas de ave, logré ver el piano.
El piano de Mireya, roto, sin dos patas, le faltaban las teclas, estaba lleno de suciedad, zurrado con mierda.
El piano, me llama:
- tócame…tócame
Me miro en ese rinconcito, sentada a un lado del piano, mirándolo de reojo.
-que nadie se entere que quiero jugar con él y no puedo- pienso para mis adentros
Veo como se levanta el sol y atraviesa sus rayos por los ventanales, después se los lleva la noche y sigo en penumbras, sentada a un lado del piano, soy una niña y no me atrevo a tocarlo, sé que no debo atreverme, pero miro a los lados y nadie me mira, así que paso un dedo por el lomo del piano, se siente de seda, mis dedos resbalan suavemente, que delicia de juguete, levanto la tapa, presiono una tecla, después la otra, las notas suenan fuerte en ese silencioso pasillo, me levanto impulsada por el miedo
- quien lo habrá oído ¿ ¿ quién ¿ -, permanezco firme , muda , con el corazón queriéndose salir de mi pecho, tengo miedo. Pero nadie, al parecer , se dio cuenta, así que horrorizada de mi atrevimiento, corro rumbo a la habitación, donde me echo en la cama a llorar.
Y ahora, lo miro arrumbado y casi destruido, observo la capa oscura llena de cuacha de gallina
Busco con que limpiarlo, pero al no encontrar nada, uso mi mano, tantos años pensando en ese piano, buscando alguien que tuviese uno parecido, que me dejará tocarlo, solo tocarlo.
Y ahora lo tenía en mis manos y estaba destrozado, sin sonido. Sentí tanta pena por mi, pasé tantas horas anhelando ese piano, despreciando los demás juguetes, sin darme cuenta que era un juguete más.
Lo abrazo a mi regazo, y de la nada veo a mi madre sentada frente a mi madrina, las dos lloran con intensidad, mi madre musita con dolor y rabia:
- no soporto más comadre…quisiera matarlo.
Y entonces recuerdo:
¡ la cantina ..!
¡ si, esa cantina ¡ donde mi padre se mete todos los domingos hasta las 8 de la noche, cuando tenemos que ir a sacarlo, para que nos lleve de regreso al rancho.
Esa es mi marca… ese es mi miedo, miro los ojos de mi madre llenos de ansiedad, de desesperanzas, de enojo, de furia..de impotencia, y siento su dolor clavado en mi corazón ahogándome. Sentado adentro, el hombre despotrica , manotea, se burla… nos mira..no ignora con una sonrisa desplaciente
Y nosotras, en la calle ..esperando a que salga..esperando a regresar..
Siempre esperando.